Tlahtolin ka amo miktli.

"Tlahtolin ka amo miktli, za kochi. Ueliui ieualiztli, uan in tlaltikpac imachtiaz kakiz..." (La palabra no está muerta, solo duerme. Pronto se levantará, y el mundo se enseñará a escucharla...) Jhavi.

martes, 15 de febrero de 2011

EL SABOR DEL AMOR.

 Por: Javier Contreras.

Salió de la tienda con un paquete de chicles en la mano leyendo cuidadosamente la etiqueta metálica que contenía aquel anhelado producto, se cercioró que tuviese clorofila. El día anterior había escuchado en clase de Ciencias Naturales que la clorofila evitaba el mal aliento.  Guardó el cambio y siguió caminando, no sabía qué era lo que le causaba esa sensación en el estómago si el temor por no cumplir la apuesta que había hecho con sus amigos o la emoción de tener su primera cita. Sus sentimientos eran encontrados, desde que vio a Micaela no pudo dejar de pensar en ella, sus amigos le decían que no le convenía que era bien coqueta, además, de tener fama de romper el corazón de los hombres. Solo compró un paquete de cuatro pastillas, no necesitaba más; antes de salir, cepilló perfectamente sus dientes evitando enjuagar mucho la pasta dental para que el sabor durara más; evitó los alimentos a partir de ahí, incluso superó la tentación de comprarse un gansito en la tienda, no quería que su primer beso, en caso de que ocurriera, dejara una mala impresión en su compañera a la cual, según le habían dicho, no le gustaban los chocolates.  

            Mientras caminaba, solo un pensamiento pasaba por su cabeza -¿cuánto durará el amor? Era el último de sus amigos que había conseguido novia, ya sus amigos comenzaban con las burlas juveniles –“pa´mi que eres medio maricón”, decían constantemente. Las niñas no le llamaban la atención, él prefería los juegos y la compañía de sus amigos. Todo cambió, el fin de semana pasado vio a Micaela salir del templo después de misa, ella estaba platicando con Faustino, algo le decía a la oreja; de repente, una ventisca le levantó el vestido, apresurada apretó sus manos a sus piernas para evitar dar tremendo espectáculo. Él pasaba de casualidad por ahí y no pudo evitar ser parte del evento, los reflejos de Micaela no habían sido tan rápidos como sus ojos, se sonrojó al subir la mirada y encontrarse con los ojos de ella que, quitada de la pena, acompañó aquel encuentro de miradas con una sonrisa pícara impactando de manera inmediata.

            Las manos sudadas casi rompen la envoltura de aquella goma de mascar, la colocó junto con las monedas que un par de minutos antes le había entregado el señor de la tienda, -¿cuánto durará el amor?- seguía pensando.  Apenas ayer se había atrevido a hablar con Micaela, fue al salir de la secundaria, iba platicando con “el Faustino”, eso no le importó, corrió hasta alcanzarlos y le pidió ser su compañero en el camino a casa, ella aceptó, se despidió de un beso en la mejilla de su antiguo acompañante, entregó la mochila a su nuevo compañero y lo tomó del brazo. Él no quiso perder el tiempo y una cuadra antes de llegar a su destino le pidió que fuera su novia; repitiendo la sonrisa picara que mostró aquel domingo, Micaela dijo necesitar tiempo para pensarlo, que se verían al otro día al salir de la escuela.

            Se detuvo un poco a limpiar el sudor que corría por su frente, cuando sonó la chicharra de la última hora apresuró su salida para ir al baño para lavarse la boca y pasar a la tiendita a comprar el famoso chicle con clorofila. Estaba listo, si Micaela le decía que sí, seguramente cerrarían el trato con un beso, ese era el plan, así lo había repasado, todavía recordó las advertencias de sus amigos con respecto a su futura novia pero eso reafirmó su postura, aunque esto no evitó que siguiera con las mariposas en el estómago. Una vez más se preguntó:- ¿cuánto durará el amor?

            Vio venir a Micaela, sacó de su bolsillo el paquete de chicles, lo abrió, no le costó trabajo, rápidamente metió los cuatro a su boca, masticó con fuerza, exprimió toda la esencia y comprobó que su aliento tuviese olor a clorofila. Micaela no le dio tiempo de decir palabra alguna, inmediatamente lo abrazó, lo sujetó fuertemente y unió sus labios con los de él. Este no era el plan, debía improvisar, cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación totalmente nueva para él.  El frescor de la clorofila se intensificó al mezclarse la saliva de ambos entes que formaban uno, él sintió la eternidad en un instante.

            El chicle pasó de boca en boca, tomó formas infinitas dentro de esas cavidades, Micaela jugaba a esconderlo entre su lengua, él a encontrarlo con la suya; por su cabeza comenzaba a vislumbrarse la respuesta a la pregunta que rebotaba toda la mañana - ¿cuánto durará el amor? toda la eternidad- se respondió. Se soñó casado con ella, un perro, sí, seguramente tendrían un perro, una hermosa casa y dos hijos no más. Apretó todo su cuerpo, la clorofila perdía su efecto, eso lo regresaba a la realidad, abrió los ojos, ella no los había cerrado, parecía disfrutar el sabor fresco de la goma de mascar, él apuró la acción, se dio cuenta que la clorofila no duraba para siempre; ahora podía probar el aliento de Micaela, su verdadero sabor; tragó saliva y continuó.

            Al separarse suspiraron, estaba seguro, el amor duraba para siempre; ella, tomó su mano y tiernamente preguntó si tenía otro chicle, la miró, no sabía que responder, se los había terminado todos. Eso no estaba en el plan, nunca lo imaginó, tampoco imaginó el resultado de aquel error. Micaela soltó su mano y volteó a la banqueta de enfrente. Faustino salía de la tienda con un paquete grande de chicles de nuevo sabor cereza fresh. Ella gritó con todas sus fuerzas mientras atravesaba la calle. Los observó abrir el paquete, su boca se unió con la de Faustino así como antes se había entrelazado con la de él. Levantó su mochila y caminó pensando en una nueva respuesta a la pregunta de ¿cuánto durará el amor?…lo que dura el sabor de un chicle de clorofila.
         

           
            

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