Tlahtolin ka amo miktli.

"Tlahtolin ka amo miktli, za kochi. Ueliui ieualiztli, uan in tlaltikpac imachtiaz kakiz..." (La palabra no está muerta, solo duerme. Pronto se levantará, y el mundo se enseñará a escucharla...) Jhavi.

lunes, 23 de mayo de 2011

Los viajes de Narco Polo. II.De cómo Marco Apolinar tomó la decisión de su vida.

II. De cómo Marco Apolinar tomó la decisión de su vida. 

Ese día parecía que no iba a terminar, apenas a tres horas de haber salido del bote “por delitos contra la salud”, caminando rumbo a casa hambriento, mal dormido y con los dolores por la calentada de los polis, “que para que durmiera bien”, me encontré con “el barrio”, caminó hacia mí, me reclamó por unas dosis que según él le había robado, quise explicarle la situación en la que me encontraba, prometí que le pagaría el dinero. En este mundo debes pagar por todo, comienzas intentando comprar un toque, después de que te “chamaquean” te dan puras porquerías y como ya estas enviciado pues buscas la manera de “mejorar la calidad”; cuando menos te das cuenta ya estas vendiendo drogas para solventar tu vicio y sin saber ya entraste en el “negocio”, un negocio del cual nunca sales. Juan Bernardino alias “el barrio” era un graduado de la escuela de la calle, un adicto, una rata, nadie querría ser como él, nadie quería tener trato con él; sin embargo, todos lo buscábamos, era la manera fácil de conseguir algo, ya sea para consumo personal o para la venta, el precio era caro, no solo económicamente, siempre salías pagando de más. 

     Me habían agarrado en una esquina vendiendo “mota”, los tiras que me detuvieron, me dieron baje con todas las ganancias de ese día, después de ser fichado por tercera vez y de haber pasado treinta y seis horas encerrado, lo último que desearía era encontrarme con él.    Estaba ahí, cobrándome las dosis que le debía, no quiso escucharme, se abalanzó sobre mí, tiró al aire en un movimiento oscilatorio un navajazo; las condiciones en las que me encontraba no me permitían moverme a mis anchas, casi no pude defenderme, el arma blanca rebotó en mi brazo con el cual alcancé a cubrir mi rostro, el filo se tiño de rojo. Nunca he huido de los problemas, no soy ningún “maricón”, pero esa tarde mis piernas tomaron la decisión, el instinto de sobrevivencia me obligó a correr; afortunadamente, Bernardino estaba tan pasado que cayó a los primeros pasos quedando incapacitado para continuar la persecución.

     Al llegar a mi casa entré rápidamente a mi cuarto, tomé de abajo del catre el alcohol que ahí guardaba y le di un trago, escupí sobre la herida para limpiar el exceso de sangre, me amarré un trapo alrededor del brazo, bebí otro trago de alcohol y me recosté; ponche un toque, antes de quedarme dormido vi la imagen de mi jefecita muerta hace años y besando el crucifijo que ella me regaló decidí que todo debía cambiar.




CONTINUARÁ...






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